La universidad,
dice Ortega & Gasset, es la “…resolución misteriosa que toma un pueblo de vivir de la inteligencia”[1]. Ahora
bien, se podrá objetar que siempre y en todo lugar los pueblos optaron por
vivir de la inteligencia. Y esto es innegable. Sin embargo, y sin ánimo de
entrar en una discusión diferente de la que intentamos plantear, esta forma de
vida dependiente del ejercicio de la inteligencia que señala Ortega contiene
peculiaridades que vale la pena mencionar. Porque aun aceptando que el hombre
siempre ha vivido de contenidos intelectuales, lo novedoso con la universidad a
continuación de la revolución científica es que esa doctrina de vida reclame, no
ya la autoridad tradicional o la costumbre como formas indudables de apelar a
la inteligencia, sino un convencimiento surgido del silogismo. La doctrina
científica institucionalizada en el sistema de educación superior tiene como
misión promover el uso del silogismo para resolver las incógnitas y los
problemas de la vida de la cultura. El método es universalmente accesible, declarado
infalibe, y solo requeriría contar con las premisas adecuadas. Se trata de un
silogismo igualador, que cualquiera puede utilizar, que equipara las
concepciones de las distintas capas sociales y sistemas culturales, y que da
poder y legitimidad. El mandato detrás de la sociedad planificada desde la
ciencia y promovida a través de los centros de educación superior es el de
vivir del silogismo; pensar conforme la lógica permite concluir a partir de
hechos constatados experimentalmente; y luego, con dichas conclusiones,
fabricar aparatos y técnicas que puedan ser colocados en el mercado o en el
sistema de poder político, so pena de quedar relegados al plano de las
artesanías. La expresión que mejor describe el ciclo es “innovación
tecnológica”, y su contrapartida político-social sería: “una sociedad de
oportunidades”. Esto es nuevo en la historia, y los centros de educación
superior constituyen su eje. Nosotros creemos que el dominio del ciclo
significa simultáneamente la aceptación del credo globalizador, pero a la vez
la única oportunidad real para su humanización. Porque esta vida desde el
silogismo corre el riesgo fatal de convertirse en una vida nutrida de cálculos;
y el cálculo desenrraizado del resto de los aspectos de la vida humana,
sencillamente bestializa.
En otra parte nos explayamos sobre los orígenes de la
universidad en los gremios medioevales de profesores de teología[2],
y cómo los sindicatos fueron el modelo para organizar las altas casas de
estudio. Pero también comentamos acerca de otra tradición que fuera decisiva
para la evolución de las “universidades” (denominación propia de los sindicatos
del siglo XIII de nuestra era); nos referimos a la escuela de filosofía de
Platón. La idea de una Academia para jóvenes, donde aprenderían, mediante el
estudio de las artes liberales, a mandar en la sociedad, fue inventada (aunque
siguiendo una clara tendencia de su época) por Platón en el siglo IV antes de
Cristo en Atenas y continuó ejerciendo su influencia en el Occidente post
Romano; este modelo produjo en la naciente institución de las escuelas
medievales el apego por la ciencia y su método. A partir de aquí las
universidades comenzaron su trayectoria, llegando a convertirse (es el caso de
Boloña, París, Oxford, Salamanca y Coímbra), luego de la Iglesia Católica, en
las instituciones con tradición administrativa ininterrumpida más antiguas del
mundo. Es a este tipo de instituciones con todos sus descendientes a las que la
era de la globalización ha encomendado sus definiciones más trascendentales,
cual es crear la doctrina que permita al hombre entenderse en un mundo dominado
por la técnica.
Más arriba dijimos que la globalización crea en realidad dos
corrientes simultáneas, una de coherencia y desarrollo, y otra de pobreza y
conflicto, ambas “planetarizadas”. Esto afecta fuertemente la cuestión del
poder. El poder no se ejerce y no es el mismo en una civilización caracterizada
por la interrelación global y el efecto universal sobre la naturaleza propios
del mundo tecnológico. Y a este respecto en otro sitio hemos escrito la
relevancia que la cuestión universitaria posee para el nuevo mapa de poder
mundial[3].
La OECD publicó un informe donde
trata respecto del nivel de educación terciaria alcanzado por las principales
potencias del mundo[4]. Estados
Unidos, que luego de la Segunda Guerra Mundial era cómodo el país donde más jóvenes
alcanzaban un diploma universitario, hoy, con el 41% de su población entre 25 y
34 años de edad con título, queda muy atrás de Corea del Sur (63%), o Japón
(56%), que lideran el ranking mundial. Además, la velocidad de crecimiento de
estos países junto con China y la India, hacen que la prevalencia de fuerza
laboral calificada se desplace desde Occidente hacia un Oriente que no solo
estimula a sus jóvenes a completar sus estudios con un título de educación
superior, sino que hoy es la usina de matemáticos, ingenieros, y químicos, más
importante del mundo. Esta opción por la educación superior no es casual. Los
cálculos muestran que invertir en un futuro graduado devuelve un 20% anual de
retorno a la comunidad en términos de impuestos por mejores salarios, y
productividad agregada. Por ejemplo, de concentrar las 4.000 compañías fundadas
por ex-alumnos del MIT en sus 150 años de vida obtendríamos la economía número
24 del mundo, que sería equivalente al PBI Argentino. Pero a su vez la calidad
de nuestra vida institucional dependerá de la capacidad del ciudadano común
para vivir en Democracia; y la Universidad también deja aquí su impronta. La
revista Science publicó recientemente
que el nivel educativo es el predictor más fuerte de participación política; y
la explicación a esta conexión podría residir en el espíritu académico mismo.
La verdad como resultado del esfuerzo colectivo, la apertura a ideas nuevas, el
respeto por el dato crudo de la realidad, son todos valores que ayudarían mucho
a nuestra democracia enferma de mentira y falta de seriedad intelectual. Porque
la democracia es el intento por aplicar el silogismo a la organización
política. Luego difícilmente dominará este sistema de gobierno una sociedad que
no asuma culturalmente la doctrina del silogismo tal cual y como la resumimos
más arriba.
La Argentina
actualmente no supera el 10 a 12% de su población de 25 a 34 años de edad con
título universitario o terciario en sus diferentes modalidades. Esta podría ser
considerada su tasa de graduación. Así las cosas, nos encontramos por detrás de
Turquía (17%), a pesar de que su PBI per cápita (U$-PPP 13.464/año) es inferior
al nuestro (Argentina: U$-PPP 15.864/año), y es políticamente bastante
más joven que nosotros. La baja tasa de graduación posee serios efectos sobre
la población económicamente activa. El mismo informe expresa que las personas
con título corren un riesgo menor de quedar desempleados, y que sus ingresos
son, en promedio, superiores a los de la población sin estudios superiores.
Luego una consecuencia propia de la falta de compleción de estudios superiores
es la inequidad; en general, la mayor parte de la renta tenderá a distribuirse
predominantemente entre quienes se graduaron. El mercado laboral ha cambiado y
se ha globalizado, siendo el corrimiento tecnológico el factor determinante de
una nueva clase de trabajadores, altamente calificados y con una nueva
mentalidad que se nutre de los valores de la globalización. Sin una multitud de
trabajadores con al menos un estudio terciario, la economía no tiene ninguna
posibilidad de ser competitiva[5].
No resulta difícil entonces relacionar las dos necesidades que nuestra patria
experimenta frente al mundo que se globaliza; la de adquirir liderazgo en las
disciplinas científicas que caracterizan a este mundo contemporáneo en proceso
globalizante, y la de procurar el bienestar a su pueblo en un contexto
globalizado, con las competencias laborales y cívicas que ello implica.
Evidentemente nuestro retraso en educación superior impactará en ambos frentes
negativamente.
Sin embargo, hay
una consecuencia adicional de la calificación universitaria de la población
activa, que atrae especialmente, la atención de los expertos de todo el
planeta: ella determinará qué naciones conducirán el mundo del mañana. Y es
precisamente esta consecuencia la que debería alertarnos respecto de las
posiciones relativas de la Argentina en un futuro cercano. Porque no solamente
Corea, China, o Japón, han pasado a otra categoría; Brasil y Chile se
encuentran, pese a sus dificultades, en una carrera no menos vertiginosa por desarrollar
sendos conglomerados de educación superior e innovación, y todo parece indicar
que las ventajas respecto de notros se acrecientan. Esta es una de las
principales misiones de la universidad en la era de la globalización.
Nuevamente aquí nuestro país tiene mucho por hacer, y la educación superior es
una herramienta estratégica de primer orden.
En síntesis, la
globalización como fenómeno surgido del aumento de poder, y del incremento de
las comunicaciones, conlleva tensiones. La clave de bóveda tanto para adecuarse
(o, idealmente, liderar) a los tiempos que corren, así como para humanizar un
proceso que amenaza con ignorar al hombre, es la propia ciencia como sistema de
innovación, y la reforma social surgida de la educación como sociedad de
oportunidades. En ambos procesos la universidad tiene un papel central a
desempeñar. Por otro lado, la posición relativa de la Argentina en el mundo
contemporáneo que se perfila, depende de su éxito en propiciar este proceso en
el seno de su comunidad. Esta es nuestra única perspectiva cierta de desarrollo
y felicidad para nuestro pueblo; y la Universidad es la institución indicada
para ubicarnos a la altura de las circunstancias.
[1] Lo que la universidad tiene que ser
“además”. En: José Ortega y Gasset. Misión de la universidad. Madrid 1960,
Revista de Occidente. Cap. V, pp.: 61
[2]
Carlos Javier Regazzoni. La misión política de la universidad. Buenos Aires
2009, Céfiro
[3]
Carlos Javier Regazzoni: Los
Universitarios y el desplazamiento del poder mundial. Posteado el martes 1 de
noviembre de 2011. En: http://www.carlosregazzoni.blogspot.com/2011/11/los-universitarios-y-el-desplazamiento.html
[4]
OECD (2011), Education at a Glance 2011: OECD Indicators, OECD Publishing. http://dx.doi.org/10.1787/eag-2011-en
[5]
Laura Tyson. America’s Three Deficits. http://www.project-syndicate.org/commentary/tyson2/English