Volver a Blog Dr. Carlos Javier Regazzoni

Volver a Blog Dr. Carlos Javier Regazzoni
Ir al Blog: Dr. Carlos Javier Regazzoni

domingo, 3 de abril de 2011

Escritura y cultura

Breve ensayo acerca de la relevancia de la Lectura y la Escritura para el futuro de la Nación. El eje de la reflexión lo constituyen los conceptos de Escuela, Cultura, y Estado.

lunes, 7 de marzo de 2011

miércoles, 2 de marzo de 2011

¿Hacia una nueva generación política?

En una conferencia dictada en mayo de 1914 dice Ortega que “Nueva política es nueva declaración y voluntad de pensamiento, que, más o menos claros, se encuentran ya viviendo en las conciencias de nuestros conciudadanos…”. De acuerdo con esto, la política será nueva, o se hace nueva, en el instante mismo en que se transforma en reedición de las actuales convicciones del pueblo. Cuando se pone a tono con lo contemporáneo. Existiría una “desactualización” de la política “vieja” respecto de las genuinas expectativas de la sociedad, y esto constituye el estigma de su decrepitud. Porque “…el secreto de toda política, consiste simplemente en esto: declarar lo que es, donde por lo que es entendía aquélla realidad de subsuelo, que viene a construir en cada época, en cada instante, la opinión verdadera e íntima de una parte de la sociedad…”[1]. La vieja política dejó de entender al pueblo; por eso es vieja. La nueva lo será, en tanto escuche atentamente la opinión verdadera de una parte de la sociedad. De lo contrario no representa a nadie, y como estricta reedición de lo previo no será sino “más de los mismo”.
Podría ser que la frustración contemporánea de nuestra patria no se deba en a una desilusión con “la política” en general, sino más bien al fracaso definitivo de “la vieja política”. Dicho de otro modo, a una desactualización de la política frente a la incontenible marcha de la vida. En este sentido quizá debamos volver a coincidir con Ortega, y lo que nuestro país necesita sería una “nueva política” bastante más comprehensiva que la actual, más ocupada de los procesos sociales en su conjunto y no tanto en su propia fisiología. En definitiva, deberíamos procurar una política más influida por las innumerables facetas de la vida colectiva. Y esto sería novedoso. Hasta ahora la política Argentina no hizo sino reducir a “política” toda la gran misión del Estado. Pero aventuro otra interpretación; lo que ocurre es que la vieja política ya no ve otra cosa que "política" (con minúscula) en medio de las enormes posibilidades y riquezas que encierra la vida comunitaria. Y ésta anomalía, la envejece.
Porque la política debe dejar de ser excluyentemente la tarea de “los políticos” en su lucha por la supremacía. La Política (con mayúscula) es más que esa actividad plagada de bajezas y mediocridad. Debe ser una praxis engrandecida por ideales, actual, abrazada en deseos de grandeza y trascendencia, y comprometida con las profundas aspiraciones de nuestro pueblo. La vieja política entenderá la vida humana pero sin dinámica. Ella tiende a petrificar el ordenamiento social conforme a su conveniencia. El consabido “no hagan olas” verbaliza esta actitud espiritual. Lamentablemente en esta actitud premeditadamente conservadora olvida que no existe una forma “natural de vida humana” a la manera de destino fatal. Para el hombre, lo que hay es un universo de posibilidades mayoritariamente inexploradas. Y la crítica vale tanto para las derechas como las izquierdas; porque “No sólo no existe una forma natural de vida humana, tampoco existe una fórmula definitiva institucional y cultural para la democracia, la economía de mercado, o la sociedad civil”[2].
En este sentido la sola idea de “modelo” representa otra forma de cristalización, otra estructura distinta para un sólido más, cuando en rigor de verdad la vida vive en lo fluido. Hasta ahora el debate ideológico ha venido girando en torno a los extremos de “economía de mercado” y “economía dirigista”. Pero esta alternativa es falsa en gran parte porque no ha podido resolver el enigma planteado por dos tipos de naciones; aquellas que tuvieron “éxito en todo”, y aquellas que fracasaron en todo[3]. Y “…las sociedades que han tenido éxito tanto en los ordenamientos orientados al mercado como en los dirigidos por el gobierno (caso EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial), son las que han sido capaces de aplicar un conjunto superior de prácticas cooperativas”. Las que han podido tender ese “arco de solidaridades” que, fiel a un principio superior a las iniciativas sectoriales, organiza una totalidad en la diversidad. Si hay identidad nacional, entonces hay unidad, y proyecto; los programas serán entonces accidentes del momento. Se hará lo que convenga, pero no se entregará nunca lo trascendental.
La nueva política en cambio, volviendo a Ortega, “…tiene que ser una actitud histórica…”[4], porque las horas que vive la patria son históricamente decisivas; y porque la historia en su curso ha dictaminado un rumbo. La Argentina no se pierde en la inmensidad de los senderos por la supremacía. El país se pierde en el Océano de las posibilidades humanas inexploradas que atesora su glorioso pueblo. Nuestro problema no es político en el sentido habitual del vocablo. En todo caso, nuestro problema es histórico. Y como tal, exige mucho más de “lo político”. Exige un ingrediente nuevo. Nuestro problema histórico exige una apertura de la política a la inmensidad de la vida de nuestra comunidad, en el mundo contemporáneo en que vivimos, y conforme avanza la historia del hombre. De este modo, o la política Argentina comprende la complejidad hacia la cual evoluciona la sociedad, la crisis de identidad suscitada por el entorno tecnológico, la nueva escala de lo humano en relación con la naturaleza, la conformación de la ciencia y su relación con todas las dimensiones del espíritu; o la política comprende todo esto, o no escucha al pueblo. Volvemos a esas etapas en que para renacer, hace falta escuchar. Sólo escuchando surgirá una nueva palabra organizadora de una sociedad que pide a gritos por su destino.


[1] Vieja y Nueva política. En: José Ortega y Gasset. Vieja y nueva política. Madrid 2007, Biblioteca nueva, p. 106-107
[2] La sociedad. En: Roberto Mangabeira Unger. El despertar del individuo. Buenos Aires 2009, FCE, cap. IX, p. 227
[3] Una oportunidad: la cooperación favorable a la innovación. En: Roberto Mangabeira Unger. La alternativa de la izquierda. Buenos Aires 2010, FCE, p. 64
[4] José Ortega y Gasset. Vieja y nueva política. En: Pedro Cerezo Galán (Ed.). Ortega y Gasset. Vieja y nueva política. Madrid 2007, Biblioteca nueva, p. 118-119

lunes, 21 de febrero de 2011

Las ciudades son un problema mental

El mundo se urbaniza a una velocidad nunca vista a lo largo de su historia. La población que habita en ciudades comparado con la de áreas rurales, aumenta. En el 2006 tuvo lugar el hito histórico de la tendencia; desde entonces el 50% de la población mundial vive en ciudades, y el fenómeno crece a un promedio del 1,5% anual[1]. Para reencontrar un fenómeno semejante en Occidente, probablemente debamos retroceder hasta la revolución urbana de los siglos IX y X, que terminó dando origen a la ciudad medieval. Inmediatamente surge entonces la pregunta sobre el “por qué” de este fenómeno, ahora, en un mundo tan distante de aquél albor europeo.
El hombre es indudablemente una especie propensa a vivir en grupos[2]. Sin embargo, la historia no se ha puesto de acuerdo sobre las verdaderas razones de la urbanización, vale decir, de la vida grupal con fijación geográfica. Los arqueólogos creían que las ciudades fueron consecuencia de la adopción de la agricultura, hecho que habría forzado a las tribus nómades a radicarse en sitios donde pudieran cuidar sus animales recientemente domesticados y sus sembradíos. Sin embargo, algunos descubrimientos recientes indicarían que la primera motivación para el surgimiento de ciudades no fue un cambio en la forma de producción, sino una auténtica revolución cultural, de la cual luego devino todo lo demás[3].
El paradigma cambió a partir de los descubrimientos de Çatalhöyük, una ciudad de 10.000 habitantes fechada 5.000 años antes que las pirámides de Egipto y 4.000 antes que Uruk. Esta y alguna otra gran ciudad existieron a pesar de un mínimo desarrollo de la actividad agrícola. Sus poblaciones continuaron siendo predominantemente recolectores y cazadores, aunque desplegaron una actividad religiosa y artística desproporcionada a su magra sofisticación económica. La “revolución del neolítico” que originó estas primeras ciudades, no fue un cambio en los métodos de producción, sino una “transformación mental”, una reversión en el modo de ver el medio circundante. De hecho sorprende a los arqueólogos la maravilla de las obras de arte de estas primeras ciudades, conviviendo con muy rudimentarias formas de supervivencia.
Al parecer el elemento fundamental en este cambio de cosmovisión fue una revolución en la relación con los propios muertos de la comunidad, y el desarrollo de complejos modos de sepultura incompatibles con la vida nómade. Incluso se han visto calaveras humanas cercanas a la sala familiar y recubiertas con arcilla para simular la persistencia de los tejidos faciales ya desaparecidos. Este nexo no hace sino recordar los profundos vínculos entre la concepción del hombre y de la vida, y su modo de organización política, que no otra cosa es la ciudad diferenciada de la tribu y la horda. Como afirma en una tesis fascinante Peter Sloterdijk: “…el buscador de organización estatal y de Dios son hermanos evolucionarios. Junto al todo geográfico y demográfico (del Estado), también el todo cosmológico y metafísico promueven sus derechos”[4]. Luego una nueva religión sacó a los humanos de las comodidades de la recolección y cacería, y los trajo a las complicaciones de la convivencia estable en los ámbitos ciudadanos.
No es descabellado pensar entonces que más allá de la expansión demográfica y otras variables económicas, el crecimiento inaudito de nuestras ciudades en la actualidad se deba en realidad a una revolución cultural de profundidad similar a la que dio origen a las primeras comunidades urbanas. Y en este sentido parecería pronunciarse Saskia Sassen, cuando afirma que las nuevas ciudades constituyen un insumo imprescindible para el acomodamiento de la economía y el orden político internacional, porque proponen el modo de vida propicio a este formato globalizado[5]. Luego vivimos diferente, porque pensamos diferente. Encontrar las raíces de esta transformación es tarea para otro momento, pero indudablemente un cambio extraordinario a nivel de las expectativas humanas ha sido responsable de estos nuevos proyectos de poder materializados en edificios y pautas conductuales como son las grandes ciudades de la actualidad. Y los alcances de dicha revolución aún restan por verse.
Se ha dicho recientemente que el mundo del siglo XXI no será uno dominado por Estados Unidos, China, u otra potencia cualquiera, sino que será un mundo dominado por ciudades[6]. La principal razón de estas predicciones es que, en un momento en que el Estado Nación flaquea como eje de representación y gobernabilidad, las ciudades asumen el rol protagónico en la gobernancia social. Es a nivel de las ciudades que se pueden crear los lazos entre ciudadanos, marcos normativos, y condiciones sociales tales que los diferentes sectores abandonen el conflicto para entrar en un clima de cooperación favorable al desarrollo equitativo. Si el arco de solidaridades propio de la vida comunitaria[7] era antes tendido en el referenciamiento a la Nación, quizás estemos entrando en la era donde ello ocurra en el seno de la ciudad. Como ejemplo, existen 100 ciudades en el mundo que acaparan 30% de la economía global y prácticamente toda la innovación[8]. Ellas son más poderosas que muchos, y algunas de ellas que la mayoría, de los Estados Nacionales. Luego su significado para la vida concreta del hombre real, supera con mucho los intentos del elemento nacional por hacerse presente a la vida del individuo.
Pero entonces el enfoque cambia. Podría ocurrir que el arco de solidaridades siga siendo tan imprescindible para la vida comunitaria como en tiempos de las Naciones, pero que las circunstancias hagan que sólo sea posible desarrollarlo en el nuevo marco ciudadano. Y esto, a riesgo de que sea completamente imposible su realización, con las impredecibles consecuencias para la vida comunitaria que esto conllevaría.
En conclusión, la urbanización es un hecho que cambia la forma de vida en el mundo, se originaría en una transformación mental tan difícil de rastrear como innegable, y que impone un desafío a los principios mismos de la vida comunitaria y a las razones profundas para vivir juntos.  En un relato con pretensiones de antigüedad, contaría Marco Polo al Cublai Khan que encontrándose en la ciudad de Tecla, la cual estaba en eterna construcción, preguntó a los trabajadores porqué su edificación continuaba por tanto tiempo. Y los albañiles le respondieron: “-Para que no comience su destrucción”. Inmediatamente Marco Polo pidió a los siempre ocupados constructores de Tecla, el plano de la ciudad sobre el cual guiaban su incesante tarea. Los trabajadores le respondieron al explorador que solo más tarde se lo mostrarían. Cayó la tarde y con la puesta del sol aparecieron las primeras estrellas; entonces los albañiles se acercaron al viajero veneciano e indicándole al cielo le dijeron: “-Ahí tienes el proyecto…”[9]. La metáfora es válida; la vida nos ha arrojado a costas austeras, desde las cuales se ha vuelto difícil contemplar el cielo. Por el contrario las consecuencias de su proyecto se han vuelto monumentalmente evidentes en nuestras ciudades; con su maravilla, miserias, y contradicciones. Quizás debamos recordar que siempre que veamos una calle, en su trazado se nos revelan los secretos del cosmos y sus viajeros.


[1] United Nations, Department of Economic and Social Affairs, Population Division (2006). World Urbanization Prospects: The 2005 Revision. Working Paper No. ESA/P/WP/200.
[2] Urbanisation. The brown revolution -The world is in the middle of a surge of urbanisation, with more than a dozen new “megacities” having arrived in the past two decades-. The Economist, May 9th 2002
[3] Michael Balter. NEWS. THE FIRST CITIES: Why Settle Down? The Mystery of Communities. Science, 20 November 1998: Vol. 282. no. 5393, p. 1442  DOI: 10.1126/science.282.5393.1442
[4] Peter Sloterdijk. Im selben Boot. Frankfurt 1993, Suhrkamp. Cap. 2, p.28
[5] Saskia Sassen. L'Emergence D'une Nouvelle Géographie Transnationale. Le Monde Hors Serie (2010)
[6] Parag Khanna. Beyond City Limits -The age of nations is over. The new urban age has begun-. Foreign Policy, Sept-Oct 2010
[7] La organización nacional y la construcción del Estado. En: Oscar Oszlak. La formación del Estado Argentino. Buenos Aires 2009, Emecé, cap. 2, p. 61
[8] Parag Khanna. Beyond City Limits -The age of nations is over. The new urban age has begun-. Foreign Policy, Sept-Oct 2010
[9] Italo Calvino. Le cittá invisibili. Milan 2003, Mondadori, I, 3, p.: 18