Los seres humanos vivimos inmersos en el hoy; esto es
indudable. Sin embargo el estado interior que resulta de la apreciación
consciente de esta vida presente y que denominamos “vivencia”, y que
propiamente “vivencia” el instante. Ese yo interno interpela el ahora del mundo
en función de una imagen recreada del futuro. Es precisamente una aproximación
casi plástica al mañana la fuerza capaz de extraer del hoy, una de entre tantas
vidas posibles. El mismo hecho externo puede evocar valor o cobardía, rencor o
arrepentimiento, alegría o tristeza, u otro clima interior, según la forma que
nuestra imaginación da al mañana. Esta forma recibe, a su vez, un impacto
permanente de cada experiencia; pero la resultante está siempre puesta en la
escala de lo porvenir. Es el futuro esperable la fuerza dominante de nuestra
interiorización del presente y de nuestra relación actual con el entorno.
Las Naciones tienen pre-escrita esa forma futura, en su
momento fundacional. El hombre en cambio, es suficientemente indeterminado en
este sentido como para ser modelado por fuerzas determinantes. Una de las más
poderosas de estas fuerzas forjadoras de imágenes de futuro es la Nación. La
Nación es, para cada uno de nosotros, determinada en su origen y poderosamente
determinante de nuestra imagen del futuro individual, no solo colectivo. El
hombre, como decía Pico della Mirándola en su discurso humanista, es un
camaleón que puede serlo prácticamente todo. Pero las naciones en cambio, no.
La Nación es una determinada forma del mañana, capaz de determinar el futuro
posible para cada individuo. Esa determinación consiste en una de entre tantas
vidas posibles extraídas al hoy, merced a una imagen del mañana. Las naciones,
a pesar de celebrar un momento fundacional ubicado en el pasado, se perciben a
sí mismas como destinadas a durar eternamente, escribió Henry Kissinger
recientemente. Son ellas mismas una forma de “futurar”, si se nos permite el
término, de hacer futuro. Ahora bien, en ellas, esta dicha imagen del porvenir
se escribió, al menos en sus rasgos fundamentales, una vez y para siempre, en
el pasado; en el origen. Este futuro posible escrito es la fuerza moral que
determina en una dirección específica a los ciudadanos, y que modela la
internalización vivencial de los datos surgidos del entorno. La nacionalidad es
algo muy profundo; es una definición para todos nosotros, de un camino que da
sentido a nuestro presente. Y su fuerza surge de la reedición constante de sus
valores, de la recreación constante de su futuro particular. Que siempre es un
destino de grandeza para las personas que la conforman, que siempre es una
dirección general a la vida, que siempre opera como un “entorno familiar”, para
utilizar la terminología de Albert Camus, que opera como espacio pleno de sentido,
en la inmensidad inasequible de las existencias posibles, cuyo conjunto amorfo
y descarnado de lo nacional, amenaza con sumirnos en el absurdo.