En “El Despertar del Individuo” escribe Mangabeira Unger que “…lo posible no es un antecedente de lo real sino su consecuencia”. Primero está la realidad, y de ella surge la posibilidad. Ante la necesidad de lo nuevo no giramos la cabeza hacia una nube de posibilidades y seleccionamos una entre varias para acomodar la realidad a nuestro capricho. Por el contrario; primero está la realidad. Y es a partir de ella y gracias a la actividad de la imaginación que sucede el cambio. Sin realidad no hay posibilidad. El cambio surge desde los hechos y gracias al concurso de la imaginación. Es como una subida a empujones desde hechos vividos hacia hechos nuevos y posibles, en un violento ascenso por la escalera al Cielo de Jacob en Betel. Luego de los hechos, la imaginación “…nos muestra cómo podemos transformar lo que tenemos, en otra cosa, y en qué lo podemos transformar…”. Pero lo posible no tiene autonomía de la realidad, como sí la tiene en cambio (y hasta cierto punto), la quimera.
Esa realidad previa de la cual surge lo posible es en definitiva un contenido de la memoria. De este modo transformamos “…memoria en profecía”; cuando desde lo vivido nos lanzamos por caminos nuevos, impelidos por el furor del hacer. Sólo haciendo somos capaces de advertir hasta donde podemos llegar y qué sea lo verdaderamente posible. Haciendo en función de la transformación de la realidad que la memoria nos recuerda, es que el pasado nos anuncia un futuro distinto. Lo opuesto es la trampa de la evocación. Un pasado que llama a recapturar sobre sí el presente inmovilizándolo en el ayer.
Ahora bien, esta dimensión profética de la memoria activa es central a la vida democrática. Como el mismo pensador afirma en “La Alternativa de la Izquierda”, bajo una democracia “…las diferencias más importantes son las que están en el futuro, más que las que hemos heredado del pasado. Bajo una democracia la profecía habla más alto que la memoria”. Y en esta transición de memoria en profecía, de pasado en futuro, de realidad dada en cambio posible, es que entra en juego la actividad de la imaginación. No coincidimos completamente con aquello de “la imaginación al poder”, pero indudablemente encierra una honda verdad.
En la Argentina, sin embargo, enfatizamos desmesuradamente la recomposición del pasado, su relectura, su reelaboración; en definitiva, nos empeñamos en redimirlo. Es el pasado el centro de nuestra tarea, y no el infinito campo de posibilidades que éste podría anunciar con énfasis profético. En nuestro caso todo este historicismo que pensamos como paso inicial de un poderoso movimiento profético, en realidad nunca sobrepasa el tono vindicativo del lamento indignado y la promesa de futuros e implacables desquites. No terminamos de concebir otra posibilidad. Todo nuestro compromiso quasi-religioso con el dato más ineluctable de todos, aquello que “ya fue”, no logra promover una utopía colectiva. Declamamos el triunfo de las masas populares, pero al carecer de metodología y de furor demiúrgico en definitiva nunca superamos el deseo. Dejamos claro el futuro que no queremos, pero nada podemos decir del futuro al que sí aspiramos. Queremos hacer de la esperanza una estrategia; y eso es imposible.
Tomemos entonces el desafío planteado por el filósofo Brasileño, quien propone cambiar nuestra eterna pregunta sobre el pasado “…a favor de una pregunta sobre el futuro”. Porque siguiendo el razonamiento inicial, nuestra trágica ausencia de profecía pone de manifiesto una complementaria falta de imaginación. Imaginación de futuros posibles, resolución creativa de problemas dados, alternativa inexplorada a coyunturas actuales, imaginación que sólo se activa cuando el ardor del homo faber enfrenta con decisión la realidad hostil. Nada de eso termina de haber para nosotros. ¿Podemos imaginar otra forma de dar salud a nuestro pueblo?¿Podemos imaginar otras formas de aumentar el nivel educativo de nuestra gente?¿Podemos imaginar nuevos modos de canalizar el conflicto social?¿Podemos dar solución a estos dramáticos problemas de nuestra comunidad, sin caer en los cobardes rodeos con que se intenta no perturbar los monolíticos intereses sectoriales?¿Por qué no arriesgarnos a hacer las cosas como nunca se hicieron? Estos son nuestros urentes interrogantes eternamente postergados.
Entre nosotros la memoria termina coartando a la profecía. La falta de imaginación para romper con el modo habitual de hacer las cosas nos condena a la imperturbable monotonía de lo muerto. Y ese pasado observa, pétreo, a unos locos del presente intentando cambiarle la cara con un espejo como único instrumento. Cuando si hay algo que el rostro del pasado definitivamente no tiene es remedio.
Volviendo al reordenamiento inicial de memoria, realidad, y profecía entonces, la pregunta por la Argentina posible tiene sentido a partir de la Argentina de las acciones. A partir del país en movimiento, del país que desde la acción se imagina distinto. Como observa Mangabeira, “…no podemos cambiar el mundo sin cambiar nuestras ideas”. Y lo que verdaderamente se impone como tarea inicial es un cambio de perspectiva. Encontrar nuestras posibilidades partiendo del hacer. De un hacer distinto, voraz, irrestricto, e incondicionado. Un hacer nutrido de la rebeldía a que Camus amaña el humano destino. Una imprescindible insubordinación a los ordenamientos establecidos, especialmente a aquellos surgidos de las mezquindades de la lucha por el poder, en la confianza de que “…los actos de rebeldía que parecen imposibles pueden, una vez llevados a cabo, parecer inevitables”.
Porque si la Argentina aún nos parece imposible, es éste un indicio inequívoco de que no hemos hecho bastante. No generamos suficiente cantidad de realidad distinta como para expandir nuestro horizonte de posibilidades. Reiteramos; del hacer surge la posibilidad. Y de ningún otro sitio. Quien no hace, no ve salida alguna. Y hacer no equivale exactamente a movimiento; requiere forzosamente de los componentes de “sentido” e “imaginación”.
Habrá que esperar entonces acciones renovadas para descubrir una genuina muestra de todas nuestras posibilidades de ser. La posibilidad de nuestra Nación del Sur adquirió fuerza profética sólo cuando el hecho consumado de la Revolución. Ahora, como ayer, el futuro se nos hará patente sólo en las obras. Realizaciones que, una vez llevadas a cabo, nos darán el valor para decir junto al Heracles de Sófocles que “Sin quejarme he seguido siempre mi doloroso destino. Pero esta vez, ante semejante revés de la fortuna, yo me revelo… Sea!” Y una de las mejores formas de rebelarse ante el destino es la acción política. Quizás la política sea la rebelión suprema: la del ser social ante la nada. No hay otra opción para el hombre×.
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