En ocasión de
un nuevo 25 de Mayo, el “día de la Patria”, me han surgido algunas reflexiones.
La patria constituye el eje de la vida política del Estado-Nación, y el centro
de la realización democrática de la sociedad. Estas ideas serán expuestas no de
manera desapasionada. Porque no obstante el rigor metodológico que pretendemos,
en realidad reflexionaremos con afectividad política. Como dice Platón, “…en
todo hay que hacer lo que la ciudad y la patria ordenen…”[1].
Y nosotros seguiremos su consejo. Y la primer tarea, como con cualquier ser
querido, será pensar en nuestra patria con el corazón y bajo las prerrogativas
del amor. Reflexión o indiferencia respecto de la grandeza de nuestra patria
son ambas actitudes eminentemente políticas, y de política es en definitiva de
lo que hablaremos. Porque hablar de política es, antes que nada, hablar del
Estado[2]; y la
patria es nuestro Estado en el sentido de unidad política amada y heredada.
Luego este escrito es un intento de reflexión política afectiva, aunque con
fuertes insinuaciones programáticas. Pues en las ideas buscamos un plan para la
existencia. El amor se encargará de que esas ideas emanen a su vez de una
realidad existencial determinada.
Los argentinos
debemos expandir los alcances de aquello que llamamos política. Porque aun
siendo cierto que no todo es político, y que el patriotismo posee otras
aristas, llámese culturales, psicológicas, o educacionales; no es menos cierta la
tesis opuesta: que el error muy posiblemente se encuentre en no incluir todas
las dimensiones de la vida colectiva a la hora de reflexionar sobre lo
político. O mejor aún, podría ser un grave error que no se intente abarcarlo
todo, aprender de todo, reparar en todo, a la hora de hacer política. Propondremos
entonces expandir la política al volumen mucho más vasto de la vida, y no
contraer la vida a los mezquinos lindes de una política exinanida. Queremos,
mediante la apasionada reflexión sobre lo patrio, incitar a lo patriótico; y hacer
despertar nuevos bríos de la más añeja política.
Si bien la
referencia era la España del 14’, cuando José Ortega y Gasset escribió que “…la
política no es la solución suficiente del problema nacional porque es éste un
problema histórico…”, ciertamente podría haber estado haciendo referencia a la
Argentina del siglo XXI. Hablar de nuestros problemas políticos es ya, a esta
altura de los acontecimientos, plantearse una cuestión de dimensiones históricas.
Aquello que creemos coyuntura es en realidad otro paroxismo en un largo proceso
convulsivo que ha tomado en nuestra historia los atributos de verdadera era de
decadencia. Porque palpablemente la política no ha podido avanzar en nuestros
problemas nacionales ni en los grandes procesos que harían posible nuestro
desarrollo como Estado moderno, en especial la adhesión a las leyes, la salud
pública, el nivel educativo, y los sistemas económicos sustentables y
futuristas. Luego nuestra política tal cual y como está planteada, tan inmóvil
y parecida siempre a sí misma, debe cambiar. Debe ser otra distinta, para
ofrecer otros resultados no explorados a la comunidad.
La política
que buscamos es una nueva política. Aceptemos que hay muchas políticas, o mejor
dicho, múltiples formas de aproximarse a lo político. Esta diversidad daría
lugar a otros tantos modos de clasificación. Podríamos hablar de una política
honesta o deshonesta, participativa o excluyente, transparente u oscura, de
masas, de minorías, o de élites, y demás. Pero como nuestro interés no es sólo
diagnóstico sino que nos inspira un anhelo programático, propedéutico, alentado
a su vez por una pertenencia generacional, es entonces que dividiremos la
política en dos: una “vieja política”, y una “nueva política”.
Y en este
sentido podría ocurrir que el fracaso contemporáneo de nuestra patria no se
deba en realidad a una desilusión de “la política” en general, sino más bien al
fracaso definitivo de “la vieja política”. En este sentido quizá debamos volver
a coincidir con Ortega, y lo que nuestro país necesita sería una “nueva
política”, bastante más comprehensiva que la actual, más ocupada de los
procesos sociales en su conjunto, y no tanto en su propia fisiología. En
definitiva, deberíamos procurar una política más influida por las innumerables
facetas de la vida colectiva según decíamos al principio. Y esto es novedoso.
Hacer política desde el todo, y no hacer política desde ella misma.
La política
debe dejar de ser únicamente aquello que hacen hoy en día “los políticos”. La
política es más que esa actividad plagada de bajezas y mediocridad a la que nos
hemos acostumbrado, aunque no sin desagrado. La política debe ser una praxis
engrandecida por ideales, contemporánea, abrazada en deseos de grandeza y
trascendencia, comprometida con las hondas aspiraciones de nuestro pueblo. Y
como Ortega, creemos que esta “…nueva política tiene que ser una actitud
histórica…”[3]. Esto
es así porque las horas que vive la patria son históricamente decisivas; y el
desafío que estas horas imponen a aquellos llamados en su apoyo es igualmente
trascendente. Nuestro problema no es político en los términos que podemos
colegir de dicho vocablo indecentemente tergiversado por los agoreros de la
“vieja política”. En todo caso, como venimos diciendo, nuestro problema es
histórico. Y como tal, exige mucho más de “lo político”. Exige un ingrediente
nuevo. Nuestro problema histórico exige una apertura de la política a la
inmensidad de la vida de nuestra comunidad y del mundo. En este sentido el
concepto de patria es muy elocuente, o quizás el más locuaz.
Si resulta
verdad que “…tomar parte en la comunidad significa todo menos tomar…”, porque
al contrario, tomar parte en la comunidad es en realidad “…perder algo,
reducirse, compartir la suerte del siervo…”[4],
si comunidad es en realidad no una posesión de cosas comunes sino un
“…mecanismo complejo de donarse…”[5], de
brindarse por una obligación contraída con los otros, si todo esto es correcto,
entonces reflexionemos seriamente si la dimensión afectiva de lo patriótico no
condensa de manera exacta esta premisa. Si la imperiosa necesidad de entrega
recíproca desinteresada que se encuentra en la raíz de toda auténtica
comunidad, no exige igualmente amor incondicional a la patria como punto de
partida de lo político. Pensemos si no es, en realidad, el generoso patriotismo
el elemento faltante en todo el problema político argentino. Nuestro drama
político bien podría ser consecuencia de falta de cariño por la Argentina y su
pueblo.
[1]
Platón. Critón, 51a-c. En: Calonge-Ruiz J, Lledó-Íñigo E, García-Gual C
(trad.). Platón, Diálogos. Madrid 1990, Gredos.
[2] Karl Schmitt. Der Begriff des
Politischen. Berlin 2002, Duncker & Humblot, p. 10
[3] José
Ortega y Gasset. Vieja y nueva política. En: Pedro Cerezo Galán (Ed.). Ortega y
Gasset. Vieja y nueva política. Madrid 2007, Biblioteca nueva, p. 118-119
[4] Nada
en común. En: Roberto Espósito. Communitas. Origen y destino de la comunidad.
Buenos Aires 2007, Amorrortu, p. 30 y ss
[5] L’hospitalité. En: Émile Benveniste. Le
vocabulaire des institutions indo-européennes. Paris 1969, Les éditions de
minuit. Vol I, ch. 7, p. 96-97
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