La “Comunidad
Organizada” fue escrita para el Primer Congreso Nacional de Filosofía en la
Ciudad de Mendoza en el año 1949, que el presidente Perón inauguró. El texto
fue delineado muy probablemente por el Catalán José Figuerola, estrecho
colaborador del presidente desde sus tiempos en la Secretaría de Trabajo y
Acción Social, un autodidacta sólidamente formado en filosofía, historia, y
pensamiento eclesiástico, con genuina vocación social. En esos momentos el
mundo vivía el final de la Segunda Guerra Mundial y la división entre dos
bloques ideológicos, definida en la Conferencia de Yalta (1945). Fiel a su
consigna de que el Comunismo es una doctrina que habrá de ser derrotada por
otra doctrina, y absolutamente persuadido de la responsabilidad ineludible que
cabía al liberalismo en las calamidades recientes, en la “Comunidad Organizada”
el General Perón ensaya los fundamentos de lo que sería su tercera posición.
Asistimos a
una poderosa transformación del panorama humano. Y esta etapa de la evolución
se caracteriza entre otras cosas, como decía Perón, “…por lanzar al hombre fuera de sí, sin proveerle previamente de una
conciencia plena de sí mismo…”[1], no
sólo desde el punto de vista individual, sino (y especialmente), desde el punto
de vista colectivo. Porque la “…marcha
fatigosa y rápida de la evolución social, como de la economía, han trastornado
los habituales paisajes de la conciencia”[2].
El mundo evoluciona más rápido que la conciencia que los pueblos pueden
adquirir de sí mismos, inmersos como están en este panorama transformado. Y en
este sentido, creo que la organización de la comunidad con el fin de conformar una
sociedad más justa descansa sobre dos posiciones tan fundamentales como profundamente
subsidiarias la una de la otra: por un lado, el patriotismo, y por el otro, un
sincero humanismo. Sin esta axiología política esencial desaparecen los mismos
fundamentos de ese arco de solidaridades que conforman las realidades
nacionales, para tomar la expresión de Oszlak.
Los fundamentos del vínculo social
En “El
despertar del individuo” Roberto Mangabeira señala que “…el amor al mundo es la luz más débil de una llama más brillante, el
amor humano…”[3]; la
reflexión bien pudiera aplicarse al amor a la patria, una especie de
combinación de amor al mundo y al Hombre. Vale la pena una breve reflexión
respecto de este dilema al que nos enfrentan la cuestión del patriotismo por un
lado, y la urgencia de la solidaridad por el otro, toda vez que vivimos en una
sociedad cada vez más estructuralmente inequitativa, donde eclosiones de
patriotismos retrógrados que anulan la entidad de quien se manifieste como “distinto”,
conviven con el anonimato y la indiferencia que expulsan a enormes masas hacia
la marginalidad de la corriente fundamental de prosperidad y desarrollo de la
modernidad. La clave de bóveda del dilema consiste en un amor a la patria que
nos permita existir como comunidad, pero que no nos escinda del progreso al que
solo accederíamos de asimilar ciertas condiciones que hoy se vislumbran como
universales.
Indudablemente
los fundamentos del vínculo social han cambiado. Señala Pierre Rosanvallon que
un análisis fenomenológico del vínculo social muestra que “…en las sociedades tradicionales, el principio de la cohesión social
está inscripto en la estructura misma de la sociedad…”. En las sociedades
atávicas“…El vínculo social se percibe
como natural, ya se trate de la familia, de la relación de vecindad, o de la
jerarquía social en su conjunto”[4].
En todos los niveles de vínculo hay naturalidad y jerarquía, y por lo tanto, no
se discuten. Es la experiencia que tenemos al visitar un pueblo pequeño en la
provincia, donde todos se saludan, se conocen, y se tratan, en una atmósfera
general de armonía y espontánea organización.
En las comunidades tradicionales sus integrantes forman parte de un
mismo cuerpo social. Este tipo de sociedades, como dice Lefort, “…se representaba su unidad, su identidad,
como unidad o identidad de un cuerpo…”[5],
que por su condición orgánica establecía claramente los roles de asistencia
mutua, aunque también fortalecía los límites de sus alcances (de ahí su
tendencia a la xenofobia).
En la sociedad
propiamente moderna, democrática, por el contrario, “…esa imagen tiende a desvanecerse…”[6].
Asistimos a una auténtica crisis de solidaridad justo en un contexto de
apertura y tolerancia casi totales. En la modernidad el vínculo social natural,
corpóreo, propio de las comunidades antiguas, se ha fracturado. La modernidad
es, hasta un cierto punto, un experimento de creación de lazos sociales para un
colectivo humano poblado ahora ya no por “miembros”, sino por “individuos”. Pero
al poner “…el acento sobre el principio
de autonomía, la sociedad moderna se enfrenta a un problema mayor para definir
un ejercicio adecuado de la solidaridad”[7].
Este hecho no requiere ahora mayor argumentación; baste con recorrer las
estadísticas de distribución del ingreso o exclusión social para evidenciarlo. La
sociedad moderna, en la que van a desarrollarse múltiples burocracias sociales“…basadas todas en el modelo de una supuesta
racionalidad científica…”, paradójicamente coloca “…a los hombres y sus instituciones ante la prueba de la
indeterminación radical…”[8], y los
relega a un sitio vacío de contenido e incorpóreo. Se relega al anonimato del
número a aquel a quien se pretende asistir e “incluir”. Es verdad que la
sociedad moderna posee todo un arreglo de tecnología organizacional para
conectar a los hombres y facilitar su asistencia recíproca, aunque por otra
parte adolece de lo más esencial: el fuego sagrado de los valores necesarios
para desear estar juntos colaborativamente. Cuál ha de ser la moción espiritual
que nos anime a todos, como grupo, a desear efectivamente estar juntos,
colaborar unos con otros, y perpetuar ese vínculo a lo largo de la historia, es
el gran desafío para la política. El colectivo humano debe ser un hecho pleno
de sentidos, para no resultarnos extraño, parafraseando la expresión de Camus.
Pero dicho sentido no es posible de ser salvado por la tecnocracia. Requiere
del arte de la conducción política en la acepción más plena del término. Este
problema del confinamiento de la comunidad a un sitio completamente vacío de
sentido urge asimismo a la postmodernidad, época que busca, aunque sin éxito
todavía, “…un nuevo principio organizador
para el estar juntos los seres humanos en comunidad”[9].
Perón y la Comunidad Organizada
Entra en juego
entonces la cuestión del patriotismo. Sentimiento complejo, invariablemente
presente en aquellas comunidades originarias mencionadas más arriba, pero
asaltado por fuerzas más bastas y poderosas en este proceso globalizador
contemporáneo. La crisis del Estado es una de las manifestaciones del
interdicto puesto al patriotismo, al vínculo sentimental entre los miembros de
una comunidad para con su territorio y tradiciones. El pueblo se expresa por su
organización política, la cual es puesta en tela de juicio, no por una
doctrina, por una idea universalista distinta, sino por la materialización de
intereses concretos de grupos de influencia económica, en el movimiento universal
de la globalización.
Llegados a
este punto creo que el equívoco pasa por escindir tanto patriotismo como
asistencia recíproca, de un valor superior y esencial a la vida en común: el
amor por los semejantes, el amor al Hombre del que hablaba Mangabeira Unger al
principio. De hecho, en aras del patriotismo se han perpetrado muchos de los peores
crímenes de la historia, efectivamente por su absolutización al margen del
vínculo Humano universal, de la misma manera que un sistema de asistencia a los
hombres divorciado de la familiaridad afectiva necesaria para desear estar
juntos, ha configurado otras tantas formas de totalitarismo, no pocas veces manifestadas
como indiferencia o exclusión social, cuando no como supresión lisa y llana.
El planteo
solo en apariencia parece grandilocuente. Es precisamente “…en ausencia de tesis fundamentales defendidas con la perseverancia
debida…” cuando surgen entonces “…las pequeñas tesis, muy capaces de
sembrar el desconcierto”[10]. La
propuesta es volver a pensar aquella latinoamericana idea de “comunidad organizada” que formulara
Juan Domingo Perón cuando en 1952 recuerda que “…hace cinco años que ruega al pueblo argentino que se organice…”[11]. Esta
idea de una comunidad organizada que toma Perón surge de la experiencia de
Europa, ciertamente, y de diversas lecturas en especial de la Doctrina Social
de la Iglesia; pero más allá de eso, de un espíritu latinoamericano moldeado en
las planicies patagónicas, y del medio pueblerino de la primer Argentina, que
vibraron en torno de sus años niños. La Argentina podrá reencontrarse con los
valores fundamentales del patriotismo y la solidaridad necesarios para
“organizar” su comunidad, en la medida que reivindique la navegación profunda
del sentido de la condición humana, en la medida en que los Argentinos nos
devolvamos a nosotros mismos la “…fe en
nuestra misión en lo individual, en lo familiar, y en lo colectivo”[12].
Porque en el peronismo “…nosotros somos
colectivistas, pero la base de ese colectivismo es de signo individualista, y
su raíz es una suprema fe en el tesoro que el hombre, por el hecho de existir,
representa”[13].
Bibliografía
[1] Hay
que devolverle al hombre la fe en su misión. En: Juan Domingo
Perón. “La comunidad organizada”. Buenos Aires 2000, Consejo Nacional, Partido
Nacional Justicialista, XIX, p. 68
[2]Si la crisis medieval condujo al
Renacimiento, la de hoy con el Hombre más libre y la Conciencia más capaz,
puede llevar a un renacer más esplendoroso. En: Juan Domingo Perón. “La comunidad organizada”.
Buenos Aires 2000, Consejo Nacional, Partido Nacional Justicialista, III, p. 18
[3] La
religión. En: Roberto Mangabeira Unger. El despertar del individuo. México DF,
2009, FCE, xii, p. 279
[4] La
declinación de la sociedad aseguradora. En: Pierre Rosanvallon. La nueva
cuestión social. Buenos Aires 2007, Manantial, Cap. 1, p.17-18
[5] La
imagen del cuerpo y el totalitarismo. En: Claude Lefort. La invención
democrática. Buenos Aires 1990, Nueva Visión, p. 75
[6] Claude
Lefort, ibidem
[7] La
sociedad de inserción. En: Pierre Rosanvallon.
La nueva cuestión social. Buenos Aires 2007, Manantial, cap. Vi, p. 175
[8]
Democracia y advenimiento de un “lugar vacío”. En: Claude Lefort, ibídem, p.187
[9] Peter Sloterdijk. Im selbem Boot. Frankfurt 1993, Suhrkamp,
p.51
[10]El Hombre y la sociedad se
enfrentan con la más profunda crisis de valores que registra su evolución. En: Juan Domingo Perón. La comunidad organizada. Buenos Aires 2000, Consejo Nacional,
Partido Nacional Justicialista, I, p. 12
[11]Una
comunidad organizada. En: Juan Domingo Perón.
Política y Estrategia. En: Obras Completas, vol. XVI, Buenos Aires 1999,
Docencia Ed., p. 167
[12]Hay que
devolverle al hombre la fe en su misión. En: Juan Domingo
Perón. La comunidad organizada. Buenos Aires 2000, Consejo Nacional, Partido
Nacional Justicialista, XIX, p. 67
[13]Sentido
de proporción. Anhelo de armonía. Necesidad de equilibrio. En: Juan Domingo Perón. La comunidad organizada. Buenos
Aires 2000, Consejo Nacional, Partido Nacional Justicialista, XXII, p. 90
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