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jueves, 9 de agosto de 2012

Perón y las bases de la “Comunidad Organizada”


La “Comunidad Organizada” fue escrita para el Primer Congreso Nacional de Filosofía en la Ciudad de Mendoza en el año 1949, que el presidente Perón inauguró. El texto fue delineado muy probablemente por el Catalán José Figuerola, estrecho colaborador del presidente desde sus tiempos en la Secretaría de Trabajo y Acción Social, un autodidacta sólidamente formado en filosofía, historia, y pensamiento eclesiástico, con genuina vocación social. En esos momentos el mundo vivía el final de la Segunda Guerra Mundial y la división entre dos bloques ideológicos, definida en la Conferencia de Yalta (1945). Fiel a su consigna de que el Comunismo es una doctrina que habrá de ser derrotada por otra doctrina, y absolutamente persuadido de la responsabilidad ineludible que cabía al liberalismo en las calamidades recientes, en la “Comunidad Organizada” el General Perón ensaya los fundamentos de lo que sería su tercera posición.
Asistimos a una poderosa transformación del panorama humano. Y esta etapa de la evolución se caracteriza entre otras cosas, como decía Perón, “…por lanzar al hombre fuera de sí, sin proveerle previamente de una conciencia plena de sí mismo…”[1], no sólo desde el punto de vista individual, sino (y especialmente), desde el punto de vista colectivo. Porque la “…marcha fatigosa y rápida de la evolución social, como de la economía, han trastornado los habituales paisajes de la conciencia”[2]. El mundo evoluciona más rápido que la conciencia que los pueblos pueden adquirir de sí mismos, inmersos como están en este panorama transformado. Y en este sentido, creo que la organización de la comunidad con el fin de conformar una sociedad más justa descansa sobre dos posiciones tan fundamentales como profundamente subsidiarias la una de la otra: por un lado, el patriotismo, y por el otro, un sincero humanismo. Sin esta axiología política esencial desaparecen los mismos fundamentos de ese arco de solidaridades que conforman las realidades nacionales, para tomar la expresión de Oszlak.

Los fundamentos del vínculo social

En “El despertar del individuo” Roberto Mangabeira señala que “…el amor al mundo es la luz más débil de una llama más brillante, el amor humano…”[3]; la reflexión bien pudiera aplicarse al amor a la patria, una especie de combinación de amor al mundo y al Hombre. Vale la pena una breve reflexión respecto de este dilema al que nos enfrentan la cuestión del patriotismo por un lado, y la urgencia de la solidaridad por el otro, toda vez que vivimos en una sociedad cada vez más estructuralmente inequitativa, donde eclosiones de patriotismos retrógrados que anulan la entidad de quien se manifieste como “distinto”, conviven con el anonimato y la indiferencia que expulsan a enormes masas hacia la marginalidad de la corriente fundamental de prosperidad y desarrollo de la modernidad. La clave de bóveda del dilema consiste en un amor a la patria que nos permita existir como comunidad, pero que no nos escinda del progreso al que solo accederíamos de asimilar ciertas condiciones que hoy se vislumbran como universales.
Indudablemente los fundamentos del vínculo social han cambiado. Señala Pierre Rosanvallon que un análisis fenomenológico del vínculo social muestra que “…en las sociedades tradicionales, el principio de la cohesión social está inscripto en la estructura misma de la sociedad…”. En las sociedades atávicas“…El vínculo social se percibe como natural, ya se trate de la familia, de la relación de vecindad, o de la jerarquía social en su conjunto”[4]. En todos los niveles de vínculo hay naturalidad y jerarquía, y por lo tanto, no se discuten. Es la experiencia que tenemos al visitar un pueblo pequeño en la provincia, donde todos se saludan, se conocen, y se tratan, en una atmósfera general de armonía y espontánea organización.  En las comunidades tradicionales sus integrantes forman parte de un mismo cuerpo social. Este tipo de sociedades, como dice Lefort, “…se representaba su unidad, su identidad, como unidad o identidad de un cuerpo…”[5], que por su condición orgánica establecía claramente los roles de asistencia mutua, aunque también fortalecía los límites de sus alcances (de ahí su tendencia a la xenofobia).
En la sociedad propiamente moderna, democrática, por el contrario, “…esa imagen tiende a desvanecerse…”[6]. Asistimos a una auténtica crisis de solidaridad justo en un contexto de apertura y tolerancia casi totales. En la modernidad el vínculo social natural, corpóreo, propio de las comunidades antiguas, se ha fracturado. La modernidad es, hasta un cierto punto, un experimento de creación de lazos sociales para un colectivo humano poblado ahora ya no por “miembros”, sino por “individuos”. Pero al poner “…el acento sobre el principio de autonomía, la sociedad moderna se enfrenta a un problema mayor para definir un ejercicio adecuado de la solidaridad”[7]. Este hecho no requiere ahora mayor argumentación; baste con recorrer las estadísticas de distribución del ingreso o exclusión social para evidenciarlo. La sociedad moderna, en la que van a desarrollarse múltiples burocracias sociales“…basadas todas en el modelo de una supuesta racionalidad científica…”, paradójicamente coloca “…a los hombres y sus instituciones ante la prueba de la indeterminación radical…”[8], y los relega a un sitio vacío de contenido e incorpóreo. Se relega al anonimato del número a aquel a quien se pretende asistir e “incluir”. Es verdad que la sociedad moderna posee todo un arreglo de tecnología organizacional para conectar a los hombres y facilitar su asistencia recíproca, aunque por otra parte adolece de lo más esencial: el fuego sagrado de los valores necesarios para desear estar juntos colaborativamente. Cuál ha de ser la moción espiritual que nos anime a todos, como grupo, a desear efectivamente estar juntos, colaborar unos con otros, y perpetuar ese vínculo a lo largo de la historia, es el gran desafío para la política. El colectivo humano debe ser un hecho pleno de sentidos, para no resultarnos extraño, parafraseando la expresión de Camus. Pero dicho sentido no es posible de ser salvado por la tecnocracia. Requiere del arte de la conducción política en la acepción más plena del término. Este problema del confinamiento de la comunidad a un sitio completamente vacío de sentido urge asimismo a la postmodernidad, época que busca, aunque sin éxito todavía, “…un nuevo principio organizador para el estar juntos los seres humanos en comunidad”[9].

Perón y la Comunidad Organizada

Entra en juego entonces la cuestión del patriotismo. Sentimiento complejo, invariablemente presente en aquellas comunidades originarias mencionadas más arriba, pero asaltado por fuerzas más bastas y poderosas en este proceso globalizador contemporáneo. La crisis del Estado es una de las manifestaciones del interdicto puesto al patriotismo, al vínculo sentimental entre los miembros de una comunidad para con su territorio y tradiciones. El pueblo se expresa por su organización política, la cual es puesta en tela de juicio, no por una doctrina, por una idea universalista distinta, sino por la materialización de intereses concretos de grupos de influencia económica, en el movimiento universal de la globalización.
Llegados a este punto creo que el equívoco pasa por escindir tanto patriotismo como asistencia recíproca, de un valor superior y esencial a la vida en común: el amor por los semejantes, el amor al Hombre del que hablaba Mangabeira Unger al principio. De hecho, en aras del patriotismo se han perpetrado muchos de los peores crímenes de la historia, efectivamente por su absolutización al margen del vínculo Humano universal, de la misma manera que un sistema de asistencia a los hombres divorciado de la familiaridad afectiva necesaria para desear estar juntos, ha configurado otras tantas formas de totalitarismo, no pocas veces manifestadas como indiferencia o exclusión social, cuando no como supresión lisa y llana.
El planteo solo en apariencia parece grandilocuente. Es precisamente “…en ausencia de tesis fundamentales defendidas con la perseverancia debida…” cuando surgen entonces “…las pequeñas tesis, muy capaces de sembrar el desconcierto”[10]. La propuesta es volver a pensar aquella latinoamericana idea de “comunidad organizada” que formulara Juan Domingo Perón cuando en 1952 recuerda que “…hace cinco años que ruega al pueblo argentino que se organice…”[11]. Esta idea de una comunidad organizada que toma Perón surge de la experiencia de Europa, ciertamente, y de diversas lecturas en especial de la Doctrina Social de la Iglesia; pero más allá de eso, de un espíritu latinoamericano moldeado en las planicies patagónicas, y del medio pueblerino de la primer Argentina, que vibraron en torno de sus años niños. La Argentina podrá reencontrarse con los valores fundamentales del patriotismo y la solidaridad necesarios para “organizar” su comunidad, en la medida que reivindique la navegación profunda del sentido de la condición humana, en la medida en que los Argentinos nos devolvamos a nosotros mismos la “…fe en nuestra misión en lo individual, en lo familiar, y en lo colectivo”[12]. Porque en el peronismo “…nosotros somos colectivistas, pero la base de ese colectivismo es de signo individualista, y su raíz es una suprema fe en el tesoro que el hombre, por el hecho de existir, representa”[13].

Bibliografía


[1] Hay que devolverle al hombre la fe en su misión. En: Juan Domingo Perón. “La comunidad organizada”. Buenos Aires 2000, Consejo Nacional, Partido Nacional Justicialista, XIX, p. 68
[2]Si la crisis medieval condujo al Renacimiento, la de hoy con el Hombre más libre y la Conciencia más capaz, puede llevar a un renacer más esplendoroso. En: Juan Domingo Perón. “La comunidad organizada”. Buenos Aires 2000, Consejo Nacional, Partido Nacional Justicialista, III, p. 18
[3] La religión. En: Roberto Mangabeira Unger. El despertar del individuo. México DF, 2009, FCE, xii, p. 279
[4] La declinación de la sociedad aseguradora. En: Pierre Rosanvallon. La nueva cuestión social. Buenos Aires 2007, Manantial, Cap. 1, p.17-18
[5] La imagen del cuerpo y el totalitarismo. En: Claude Lefort. La invención democrática. Buenos Aires 1990, Nueva Visión, p. 75
[6] Claude Lefort, ibidem
[7] La sociedad de inserción. En: Pierre Rosanvallon. La nueva cuestión social. Buenos Aires 2007, Manantial, cap. Vi, p. 175
[8] Democracia y advenimiento de un “lugar vacío”. En: Claude Lefort, ibídem, p.187
[9] Peter Sloterdijk. Im selbem Boot. Frankfurt 1993, Suhrkamp, p.51
[10]El Hombre y la sociedad se enfrentan con la más profunda crisis de valores que registra su evolución. En: Juan Domingo Perón. La comunidad organizada. Buenos Aires 2000, Consejo Nacional, Partido Nacional Justicialista, I, p. 12
[11]Una comunidad organizada. En: Juan Domingo Perón. Política y Estrategia. En: Obras Completas, vol. XVI, Buenos Aires 1999, Docencia Ed., p. 167
[12]Hay que devolverle al hombre la fe en su misión. En: Juan Domingo Perón. La comunidad organizada. Buenos Aires 2000, Consejo Nacional, Partido Nacional Justicialista, XIX, p. 67
[13]Sentido de proporción. Anhelo de armonía. Necesidad de equilibrio. En: Juan Domingo Perón. La comunidad organizada. Buenos Aires 2000, Consejo Nacional, Partido Nacional Justicialista, XXII, p. 90

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