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lunes, 6 de diciembre de 2010

La Esencia de lo "Común": ser obligación de todos

Es habitual creer que “comunidad” significa algo así como “unidad común”, y que lo común o comunitario se refiere a una realidad cuyo atributo de propiedad es que “pertenece a todos”. Sin embargo, nada más alejado de la realidad. Comunidad (en latín “communitas”), proviene de la combinación del prefijo “cum” y la palabra “munus”. Detengámonos primero en el significado de “munus”, que ha resultado de la máxima importancia para la comprensión de la politicidad humana.
El vocablo latino “munus” puede traducirse por “oficio”, “funciones”, “obligaciones del cargo”, o simplemente “desempeñar una función”. La expresión “militare munus”, por ejemplo, podría traducirse por “obligaciones del servicio militar”. Dado que toda magistratura oficial implica una obligación y en definitiva un peso sobre quien la ejerce, puede con justicia ser denominada como “cargo” o “carga”, y se puede hablar entonces de las “obligaciones del cargo”. Estas obligaciones son el “munus”. Munus también significaba el “espectáculo ofrecido por un magistrado a su pueblo”, dado que el funcionario corría con las costas del mismo. El término se compone del prefijo indoeuropeo “mei-” que se puede traducir por “intercambio”, y el sufijo “-nes”, que posee una connotación social (Meines, en el antiguo indoeuropeo era el intercambio entre los miembros de una sociedad). Originariamente “munus” designaba algo así como un “deber o cargo oficial”[1] impuesto por la sociedad. El “munus” era un esfuerzo propio de quien ejercía un cargo oficial, prerrogativa que generaba a su vez una obligación de la persona para con el resto de la comunidad. La mejor traducción de “munus”, para nosotros, sería la de “carga pública”.
Viniendo a la palabra “communis”, la misma designa entonces “…un conjunto de hombres que poseen en común los munia[2], que se encuentran ligados por este ensamble de deberes recíprocos que actúan como una donación mutua, según la cual unos y otros sufren una carga, una exigencia de servicio, impuesta precisamente por el todo, por el común de los conciudadanos que la asignan a un individuo determinado, el hipotético cargo público en cuestión. La donación de sí que se encuentra implícita en el “munus” es de una radicalidad tal que no es desinteresada ni surge libremente del individuo, sino que se trata de una obligación, de una imposición, surgida de la reciprocidad[3]. En la comunidad se intercambian los ofrecimientos, el servicio que uno puede hacerle al otro; se ofrecen unos por otros pero de una forma absolutamente desinteresada. Más bien la entrega, o sumisión personal a la carga propia del cargo, se hace al modo de una “obligación”. Tal es así que el opuesto de “munus” es “inmune”, que literalmente podría traducirse como “sin ninguna obligación”. Otro derivado del prefijo indoeuropeo “mei-” sería “mutuo”, donde queda más en claro la noción de intercambio y reciprocidad.
Una comunidad sería, según el trayecto filológico recorrido, un sistema de obligaciones recíprocas que obligan a donarse a sí mismo, en una dimensión casi sacrificial, por los demás. Una comunidad “…es el conjunto de personas a las que une no una propiedad, sino justamente un deber o una deuda”[4]; a decir verdad, “…un deber une a los sujetos de la comunidad –en el sentido de te debo algo pero no me debes algo-”. Somos parte de la comunidad, sólo cuando asumimos nuestras obligaciones, impuestas por la participación en el grupo. Se trata de un deber desinteresado, que lo distingue así del deber contractual o comercial. Y en este sentido, como continúa Espósito, aquello que caracteriza a lo común, lejos de ser un “algo” de “todos”, es en rigor de verdad una “…des-propiación que inviste y descentra al sujeto propietario, y lo fuerza a salir de sí mismo”. Lo común es lo opuesto a lo propio. Los sujetos de la comunidad son “…sujetos de la ausencia de lo propio”. La comunidad es un vacío, está compuesta por una obligación que vacía al sujeto de un derecho a algo potencialmente propio, al cual renuncia para darlo al otro. Pero no a la manera del don, de la donación, en virtud de la liberalidad con que se puede disponer de lo que es propio, sino porque tiene obligación de hacerlo, lo entrega porque lo debe. Lo común es una enajenación de lo propio, es un espacio de extrusión del sujeto hacia fuera, y se conforma con la entrega de todos. En este sentido es que Espósito dice que “…la cosa pública es inseparable de la nada”. Porque lo común no se refiere a un “algo”, sino a un modo de ser de los miembros del grupo, caracterizado por la despropiación en función de todos. La comunidad, el sitio propio de lo común, es la “…exposición del individuo a lo que interrumpe su clausura y lo vuelca hacia el exterior…”. Y es en este hondo significado que lo común puede reclamar el sacrificio de la persona, incluso hasta el colmo de la aniquilación. Porque sin esta posibilidad no habría nada común, sino propiedades compartidas, lo que es algo muy distinto, ya que repartiría la carga. En lo común todos están obligados por la carga, merced a una deuda con el resto, y no como distribución proporcional al grado de participación en la propiedad de la cosa. Porque debemos algo potencialmente “nuestro” a otros, es que lo damos. Y esto es gravoso. Es un “munus”; aunque esto sucede también porque somos acreedores de entregas similares por parte del resto, la efectiva recepción o no de dicho crédito no es condición para decidir sobre la entrega. No vale esperar que los otros cumplan con sus obligaciones para con migo, para estar realmente obligado para con la cosa pública.  

Así las cosas, pertenecer a una comunidad impone a cada uno de sus participantes la obligación o carga de entregar algo al resto, por obligación, y sin poder reclamar algo a cambio; lo quiera o no. El comunismo ha sido la exacerbación más terrible de este aspecto de lo comunitario, e incluso en algunas de sus formulaciones más extremas, ha llegado a reclamar a las personas la entrega de sus propios hijos a la burocracia estatal. No obstante este extremismo sirva para graficar per absurdum, el profundo alcance de las exigencias de lo común.



[1] L’hospitalité. En: Émile Benveniste. Le vocabulaire des institutions indo-européennes. Paris 1968, éditions de minuit. Vol. I, ch. 7, p. 96-97
[2] L’hospitalité. En: Émile Benveniste. Le vocabulaire des institutions indo-européennes. Paris 1968, éditions de minuit. Vol. I, ch. 7, p. 96-97
[3] Nada en común. En: Roberto Espósito. Communitas. Origen y destino de la comunidad. Buenos Aires 2007, Amorrortu, p. 26
[4] Nada en común. En: Roberto Espósito. Communitas. Origen y destino de la comunidad. Buenos Aires 2007, Amorrortu, p. 29 

2 comentarios:

  1. Muy bueno el texto! Como siempre pasa con tu producción, da para discutir y pensar. Gracias! Lo que sí me gustaría comentar es que no todo comunismo es "la exacerbación más terrible...". Fijate en el comunismo que hoy se están replanteando pensadores como Vattimo o Costas Douzinas.

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  2. Es verdad, quise referirme al Comunismo Matemáticamente Puro, es decir seguido hasta las últimas consecuencias metafísicas en sus premisas; ese fue el sentido de "tremendo"... Es decir, al máximo.

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