En un artículo periodístico publicado en 1951 dice Juan Domingo Perón bajo el seudónimo de “Descartes” que “En los cinco continentes se percibe movimiento y evolución acelerada…”; que “…en cada uno de estos continentes las naciones viven y se transforman por sus pueblos…”, siendo el eje de esta evolución un consabido “…antagonismo entre los pueblos y sus gobiernos…”, el cual evolucionaba rápidamente hacia una resolución donde serían los pueblos mismos los que se harían cargo de su propio destino, a la postre frustrando definitivamente la mezquindad de sus élites gobernantes. Añade Perón que “…la Argentina hace cinco años que anunció al mundo que su gobierno hará lo que su pueblo quiera…”. Y Perón, para cumplir con este mandato popular, acciona entonces una doctrina a la cual denominó “la tercera posición…”. Ocurre que a sus ojos, capitalismo y comunismo son “…elementos deleznables al margen de la nueva evolución que los sobrepasa…”[1], y de ninguna manera podían pretender interpretar los ímpetus revolucionarios con los que Perón conectaba en forma directa.
Aquel fenomenal movimiento dialéctico inaugurado en el 43’ nos servirá de marco para analizar la problemática actual. A partir de la Segunda Guerra Mundial, quiérase o no, la totalidad del planeta debe ser comprendida bajo la guía de alguna doctrina. El Orden Mundial dejó de ser la simple resultante de un movimiento espontáneo de pueblos con intereses ya sea contrapuestos, ya sea confluentes, sumado a la indiferencia mutua de grandes porciones de la Tierra. La Segunda Guerra Mundial completa la idea de Mundo, y abre el horizonte genuino de su dominación. Antes, si bien hubo al menos un imperio global, el español de los Austrias, y un intento fallido, el napoleónico, en verdad no existía la experiencia geográfica de lo que se discutía. Hoy, con las telecomunicaciones, esa barrera ha desaparecido.
Colapso de ideas
El Orden Mundial circula como en dos elipses orbitales, una política, centrada en lo común, y la otra humanitaria, centrada en el individuo[2]. La síntesis entre ambas amenaza con alejarse cada vez más. La primer órbita se basa en realidad en el sostenimiento del Estado-Nación, cuya soberanía ha sido la base del orden internacional[3] hasta el presente, y que cada vez necesita con mayor imperiosidad, interactuar con los bienes comunes globales para subsistir. La segunda órbita representa un reclamo inédito de individualidad por parte de las personas, que los hace contestar casi todos sus vínculos con el Estado, para lanzarse a una cruzada universalista en post de las demandas personales. Ambos movimientos, dada la ubicuidad de sendos reclamos, son globales.
Surge entonces un elemento globalizador adicional y que viene dado por los llamados “bienes comunes globales”. Clima y medio ambiente, migraciones, diversidad cultural, energía, armas de destrucción masiva, transferencia tecnológica, equilibrio financiero, y ahora la ciberseguridad, todo ello hace que ciertos insumos imprescindibles para la paz mundial y la felicidad humana únicamente sean asequibles mediante la cooperación internacional. El individuo puede adherid a ellos, desenganchándose de sus vínculos nacionales para comprometerse con una cruzada universal. Pero el resultado es una contradicción.
No hay actualmente doctrina alguna capaz de organizar tantas voluntades y tantas realidades casi “apolíticas”, como tampoco termina de haber un motivo para comprometer a las personas en aquellas causas que en realidad exigen un poderoso compromiso político.
Libre comercio y Democracia chocaron de facto contra las lecciones más irrevocables del pragmatismo, igual que lo hicieran socialismo y comunismo. Como escribió Kissinger, “…de la Guerra no emergió ningún balance real de poderes debido a que la brecha ideológica en el interior de la alianza vencedora (Occidente y el Comunismo) era demasiado grande…”[4]. Luego lo que siguió fue una batalla con bases filosóficas hasta 1989, luego de lo cual pareció imponerse en solitario la postura de la Democracia y el mercado. Con la crisis económica de 2008 y con el conflicto de Medioriente, quiérase o no, esta díada también se hunde. Como expresa Thierry de Montbrial, “sólo algunos intelectuales pueden compartir la ingenua visión de que la imposición de la democracia pueda ser un medio para realizar un sistema internacional homogéneo y armonioso…”[5]. Surge así una mezcla de pragmatismo y una posición ideológica imprecisa aún, que reclama los seculares derechos de los pueblos. Por ahora sigue primando el pragmatismo. Pero este pragmatismo reeditado crea un mundo de individuos poderosos, e individuos débiles; luego no hace sino sentar las bases del conflicto. Porque al final del día, el pragmatismo extremo coincide con la voluntad del poderoso, que acaba por ser la voluntad del más fuerte, que dado lo efímero de las cosas humanas termina siendo la necesidad inmediata de la batalla. En otras palabras, el pragmatismo total es coyuntura total. Urge recurrir a valores universales que funcionen como causa de los países.
Futuro de los Estados nacionales
Sin embargo, una consecuencia insospechada de este pragmatismo ha sido la decadencia de la institución del Estado-nación. Realidad histórica ésta que carece de sentido sin la llamada misional universalista que le fuera conferida en su génesis.
Evidentemente y “…a pesar de profecías mesiánicas en su contra, el Estado-Nación continúa siendo altamente robusto y con una gran capacidad de adaptación…”[6] a los cambios que el escenario mundial plantea. No obstante, tendremos que aceptar que esta forma histórica de politicidad humana parece encontrarse en la fase descendente de su trayectoria. La mayoría de los ejercicios de prospectiva señalan el ocaso del rol deparado a los Estados nacionales en la esfera global[7]. Incluso se cree que el surgimiento de metrópolis poderosas y desarrolladas en el seno de regiones rurales y pobres terminará generando genuinas soberanías urbanas relativamente independientes de su entorno. Estos fenómenos no se universalizarán necesariamente, pero en parte de África por ejemplo, no se está muy lejos de perder toda capacidad de organización en torno del concepto de estado nacional[8], o probablemente de cualquier otra organización política racional. El Estado nacional fue “…el terreno preferido para el desarrollo de diferencias colectivas así como para la conducción de rivalidades colectivas…”[9]. Constituyó la forma predilecta para desarrollar diferentes formas de vida humana colectiva, incorporando un ingrediente inédito de racionalidad institucional y reinterpretación de la tradición cultural. Pero esto desaparece paulatinamente, y, como dice Mangabeira, el “Estado nación no será para siempre –aunque todavía lo es hoy- el protagonista predominante de la historia del mundo”. Figuras tales como conglomerados imperiales, compañías y firmas comerciales, tribus, grupos de identificación religiosa, y redes sociales diversas, otros liderazgos sociales, y jefes de ciertos distritos políticos sub-estatales, disputarán su preeminencia.
En éste contexto la Argentina cambiará su fisonomía. En los ejercicios de futurología que analizamos, preparados por el Consejo Nacional de Inteligencia del Departamento de Estado de Estados Unidos y por el Centro de Doctrina del Ministerio de Guerra británico, hacia el 2025 emerge un nuevo escenario político mundial con Estados nacionales debilitados y espectadores de la confección de la agenda mundial. Esta dispersión de autoridad y poder suscitará nuevos actores más adecuados para responder a cuestiones tales como degradación ambiental, o pobreza, problemas ciertamente en aumento[10]. Explica Hobsbawm que una de las características más espectaculares del mundo actual es “…la incapacidad de las instituciones públicas y del comportamiento colectivo de los seres humanos de estar a la altura de ese acelerado proceso de mundialización…”[11]. Nuestro país no es ajeno al deterioro de la autoridad central frente a nuevos grupos contestatarios de dimensiones francamente para-estatales.
Para empeorar el panorama, esta difusión del poder emplazará a la gobernabilidad como problema central de los Estados. Esta tendencia no se inscribe en el anhelo universalista del liberalismo o del socialismo, ambas profecías de una sociedad planetaria. Como escribiera Juán Bautista Alberdi[12], para citar sólo un autor nacional, la formación de los Estados era uno de los “…grandes pasos conducentes y preparatorios de la unión del género humano…”, esfuerzo que avanzaría luego hacia la “…formación de grandes unidades continentales…”, para llegar a una especie de “gobierno mundial central”. Sin embargo, vivimos la universalización de la fragmentación como fenómeno xenófobo y centrípeto. El proyecto del Estado nacional no se diluye progresivamente en el triunfo de un universalismo omnicomprensivo, sino en la tendencia generalizada a la fractura y descomposición de las unidades políticas nacionales.
Mundo como visión
La propia idea de mundo hace referencia a una visión humanista del planeta y la humanidad dentro de él. Dado que vivir significa, en un sentido, interactuar activamente con el mundo, es que resulta “…al hombre materialmente imposible, por una forzosidad psicológica, renunciar a poseer una noción completa del mundo, una idea integral del universo…”[13]. Y “mundo” literalmente no significa otra cosa sino “tiempo del hombre”, como lo indica su origen latino en “saeculo”, y su traducción al antiguo sajón, “Wer-ald” (World: edad del hombre).
El mundo, o mejor dicho los seres humanos en el mundo, reclamamos con urgencia una doctrina que nos provea de los elementos necesarios para organizarnos, un valor compartido e irrefutable que de un Norte a nuestros movimientos de por sí cada vez más individuales, pero con irremediables consecuencias políticas. Es esto lo que los pueblos efectivamente anhelan. Porque las masas no saben exactamente como obtener aquello que saben exactamente que quieren. Y no lo saben porque dado el inefable principio de los pequeños números, al final del camino un pequeño grupo termina siempre dirigiendo a un gran grupo. Luego estará en el primero interpretar lo que sea mejor para la totalidad. De ahí que fue muy sabia la opción de Perón, de instaurar un gobierno que haga “…lo que su pueblo quiera”. Hoy más que nunca, se divorcia con fuerza el interés político del interés humanitario. Y no hay salida. De no abrirse el camino hacia la convergencia de humanidad y jefatura, la historia desemboca inexorable en gobiernos sin legitimidad y pueblos en conflicto. Nuevamente requerimos una tercera posición.
[1] La hora de los pueblos. En: Juan Domingo Perón. Obras completas. Buenos Aires 1999, Fundación Pro Universidad de la Producción y del Trabajo, tomo XVI, p. 149-151
[2] Pierre Manent. Cours familier de philosophie politique. Paris 2001, Gallimard, ch. XVIII, p. 341
[3] Los dilemas de la inseguridad nacional. En: Zbigniew Brzezinski. El dilema de EE.UU -¿Dominación global, o liderazgo global?-. Barcelona 2005, Paidós, cap. 1, p.25
[4] The three approaches to peace. In: Henry Kissinger. Diplomacy. New York 1994, Simon & Schuster, ch. 16, p. 397
[5] Thierry de Montbrial. Perspectives. RAMSES 2007, Perspectives, p.12, ifri
[6] Robert O Jeohane, Joseph S Nye jr. Between centralization and fragmentation: the club model of multilateral cooperation and problems of democratic legitimation. Kennedy School of Government, Working Paper nº 01-004, February 2001
[7] Will the International System Be Up to the Challenges? In: U.S. Department of State. National Intelligence Counsil. Global Trends 2025: A Transformed World. November 2008, NIC 2008-003, Ch. 6, pg 81
[8] Development, Concepts and Doctrine Centre (DCDC). Strategic Trends Programme 2007-2037. UK’s Ministry of Defence (MOD), December 2006.
[9] La Reorientación de la izquierda. En: Roberto Mangabeira Unger. Buenos Aires 2010, FCE, p. 45
[10] International Monetary Found. Picture this: Hunger on the rise. Finance & Development, March 2010
[11] Vista panorámica del Siglo XX. En: Eric Hobsbawm. Historia del Siglo XX. Buenos Aires 2008, Crítica, p.21-25
[12] Pasos hacia la unidad. En: Juan Bautista Alberdi. Los crímenes de la guerra. Buenos Aires 2009, Claridad, cap. VIII, xii, p. 138
[13] El origen deportivo del Estado. En: José Ortega y Gasset. Obras completas. Madrid 2004, vol. II, p. 705, Taurus ed.
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